La presencia de San Bernardo y San Francisco en Valladolid. Fundacion de San Nivardo

BIENAVENTURADOS
por Javier Burrieza Sánchez
Historiador
San Nivardo —“frater noster Nivardus” como lo había llamado Bernardo, abad de Claraval— fue enviado en el siglo XII a la fundación
de La Santa Espina, impulsada por la infanta Sancha Raimúndez. Para algunos fue su maestro de obras; para otros murió en
los Torozos y en este monasterio fue enterrado. Al tercer compañero de san Francisco de Asís, fray Gil (1190-1262) —cuyo culto
autorizó Pío VI en 1777— se le vincula con la fundación del convento de los hermanos menores de Valladolid, primero en Río de
Olmos, después en la actual Plaza Mayor de la ciudad de Valladolid. Nivardo y Gil prestigiaron y acercaron —desde las crónicas—
a estas dos fundaciones vallisoletanas a Bernardo y Francisco

Bernardo de Claraval y San Francisco
de Asís nunca estuvieron en las
fundaciones monásticas y conventuales
de cistercienses y franciscanos de
las tierras de Valladolid; pero el monasterio de
San Pedro de La Espina en el siglo XII y el convento
de San Francisco de la Plaza del Mercado
de Valladolid, necesitaron para sus primacías
contar con la presencia de los primeros compañeros
de los respectivos fundadores. El primero,
en los Montes Torozos, fue fundado por la infanta
Sancha Raimúndez, hermana de Alfonso
VII el Emperador. Las primeras fuentes hablaban
de los viajes de esta mujer a Tierra Santa, de su
presencia en Roma y en la Corte francesa para
recopilar reliquias —el dedo del apóstol Pedro o
la Espina de Cristo— que serían custodiadas en
la fundación monástica que culminó en 1147.
Fuentes posteriores pusieron en crítica todo ello.
No sabemos si la infanta se entrevistó con Bernardo
de Claraval, aunque sí mantuvieron correspondencia.
En esos preparativos al monasterio, dispuso
de su papel de maestro de obras un monje que
algunas fuentes relacionaban fraternalmente —
más allá de la Regla y por la sangre— con Bernardo:
san Nivardo, frater noster Nivardus. Sobre
él, escribe el abad de Claraval: “el hermano Nivardo
que no sabe cómo ponderar vuestras bondades
[se dirige a la infanta Sancha], me exhorta
a descansar enteramente en vos, tanto por la benevolencia
particular con que nos habéis acogido,
como por la promesa que os habéis dignado
hacerle”. La controversia posterior consistió
en situar su tumba en el monasterio de La Espina
y todo ello fue objeto de correspondencia diplomática
en el barroco. Unos decían que era
antigua y comunicada tradición: “soy testigo
avérselo oído afirmar constantemente muchas
veces de treinta años a esta parte […] algunos
me señalaban la Iglª vieja donde decían que creían
estar su Sto. Sepulchro”. Fray Ángel Manrique
reducía su papel al de un maestro de obras,
praefectum operi et negotiis tractandis. La Comisión
de Liturgia de la Orden emitió su juicio
positivo a la presencia de este santo cisterciense
en España. Como no constaba en ningún sitio
que regresase a Francia, tampoco se negaba la
presencia de su sepulcro en La Espina.
En 1213, “llegó el Santo lego F. Gil, compañero
III del Serafín llagado y ciudadano de Asís
[…] la compasiva Sra. [la reina Berenguela,
madre de Fernando III] le concedió y alargó una
huerta y sitio para que fundase convento de su
orden, distante media legua de esta Ciudad a
mano derecha del camino que va a Simancas”.
Se trataba de la primera ubicación de los franciscanos
en Valladolid. Canesi, historiador en el
siglo XVIII, recopilaba sin crítica histórica alguna
lo que otros autores habían afirmado, entre
ellos el gran cronista del convento vallisoletano
de San Francisco, fray Matías de Sobremonte.
Hace bien poco se ha conmemorado el VIII Centenario
de la peregrinación de san Francisco de
Asís a tierras españolas, especialmente a Santiago
de Compostela. La supuesta presencia de
los santos ha generado tradiciones que casi se
han convertido en hechos históricos cuando
existen serias dudas para confirmarlas. Las fuentes
para este supuesto viaje a España son escasísimas:
fray Tomás de Celano o san
Buenaventura.
Mucho más abundante es la ruta de los lugares
que se glorían de haber contado con la
presencia de Francisco de Asís, la mayoría vinculadas
al Camino de Santiago. Canesi no deja
de subrayar el “poso” de san Francisco cuando
iba a Compostela en los principios de este convento
de Valladolid. Si había que negar finalmente
el viaje peregrino de Francisco, la tumba
de Santiago fue objetivo de peregrinación para
los franciscanos “de primera generación”. El
mencionado fray Gil, “hermano y compañero
del Seráfico Padre”, cuando fundó el nuevo convento
vallisoletano —afirman fuentes con tono
de cronicón— “vino por su mandato a visitar el
cuerpo de nuestro Apóstol Santiago”. Se trataba
de buscar derechos de primacía de los conventos
y monasterios. El de La Espina lo necesitaba
si deseaba ser cabeza —y no lo consiguió— de
la Congregación de Castilla. El de San Francisco
de Valladolid para subrayar su cercanía al propio
fundador, en medio de una villa levítica.
Santos y beatos con vinculación y morada en tierras vallisoletanas • San Bernardo y San Francisco